Rosa María Brito Serrano ha establecido la diversificación en su paso por las artes escénicas. Con una visión multifocal de las industrias culturales y del gremio técnico, y una capacitación sin cuartel, se ha desarrollado de manera sobresaliente en la danza, la coordinación técnica y el diseño de iluminación, área que principalmente abordamos en este perfil.
“Bailando encontré en el folclor otra perspectiva, pero ahora con una intención de espectáculo. Vi cómo se cambia la visión de la puesta en escena, pero para un público más diverso”.
Arte desde el inicio
Rosa María nace en Mazatlán, Sinaloa, en un entorno ligado a la música y el espectáculo: “Por familia, estamos conectados con los Lizárraga, de La Banda del Recodo, así que la música, el arte y el performance siempre estuvieron presentes en mi vida. En mi niñez, en los cines ponían estas bocinas con música para llamar al público, y yo me ponía a bailar, vestida de española. En la escuela me gustaba declamar y organizar grupos”.
La danza fue el primer contacto de la pequeña con las artes escénicas: “Mi primer encuentro fue con el Grupo Folklórico de la Secretaría de Educación Pública. Además de los pasos y las ejecuciones, a mí me gustaba la historia que estaba atrás. Creo que si vas a incursionar en alguna de las artes, debes tener un respaldo de conocimiento previo, para que conozcas tu lugar, lo que puedes aportar y tener la capacidad de reconocer lo nuevo”.
Después de un proceso de acumulación de experiencias en el ámbito dancístico, incluyendo su paso por el Ballet de Amalia Hernández, Rosa María, ya en su juventud amplió su visión: “Bailando encontré en el folclor otra perspectiva, pero ahora con una intención de espectáculo. Vi cómo se cambia la visión de la puesta en escena, pero para un público más diverso que el de la escuela, la familia o la plaza del pueblo. Ahora hablamos de teatros, con turistas que ven y aprecian en estas estampas lo que es la historia de México”.
Rosa María narra su comunión con la luz: “Sucedió en mi paso por el Ballet Folklórico de México; siempre he sido muy consciente de la luz, no sólo escénica. Me gusta ver el cielo, los atardeceres, el sol a través de las nubes, los tonos. El primer diseñador de iluminación del ballet, el ingeniero Gumaro Gutiérrez (Q.E.P.D.), fue mi primer profesor en iluminación. Le pedí que me diera clases y sorprendentemente me dijo que no sería en el Palacio de Bellas Artes, que era el lugar donde residíamos artísticamente. Él me citó en el Bosque de Chapultepec. Nos sentamos en una banca y me dijo: ‘Observa el sol a través de las hojas de los arboles, pero no veas hacia arriba. Mira el piso y ve lo que hace la luz del sol a través de las hojas. Ahí descubrí los gobos y a la luz como textura, no solamente como rayo lumínico. Esto último se usa mucho en los conciertos de rock, pero cuando vamos al teatro y hacemos puestas en otro nivel sensorial, ¿cómo quebramos ese rayo potente? ¿cómo dominas el tono y la intensidad? Esa fue mi primera clase”.
Un reto definitivo se presentó: “Estuve en la carrera de escenografía en el INBA un año y medio y surgió el momento en el que partí a Nueva York, con la decisión de estudiar una carrera en la parte técnica de los escenarios. Fue después de un proceso en el que ingresé a una compañía multicultural de danza, cuando obtuve una beca para una carrera con énfasis en danza y teatro”.
“Ahí empecé a diseñar la iluminación de mis coreografías y las de mis compañeros, gracias a que como bailaba, pude conectar la luz con la música. Mi primera experiencia profesional como técnica en iluminación fue en el Aaron Davis Hall, en el que trabajaba medio tiempo mientras estudiaba la carrera. Con mucho orgullo menciono que lo primero que hice en ese teatro fue trapear el piso”.
“En un momento me pidieron hacer un inventario del equipo. Lo desarmaba y lo volvía a armar para limpiarlo, así que acabé conociéndolo perfectamente. Así empecé a darme a conocer como diseñadora: empecé a iluminar para otras compañías del gremio universitario, además de hacer coordinación técnica para teatro y conciertos”.
La formación continuó codo a codo con las nuevas experiencias laborales para Rosa María: “Al terminar una maestría en Antropología Cultural, empecé a trabajar en el circuito Off Off Broadway en Nueva York. Ahí no confiaban tanto en lo que podía yo hacer como iluminadora, y como era flaquita y chiquita, pero con piernas fuertes me mandaban de rigger, aunque la palabra no se usaba entonces. Me colgaba con mi arnés y así me empecé a meter a la caja escénica del teatro y a la parte técnica”.
Rosa María continúa narrando su recorrido por la escena neoyorquina: “En 1994 tenía poco de haber llegado al Popejoy Hall, de Albuquerque, adonde me había mudado ya con la intención de regresar pronto a México. Un día llegó Paco de Lucía. Esto fue especial y sencillo, por mi admiración por él y su accesibilidad e hicimos dos funciones completamente vendidas. Aquí y como técnica de iluminación, pude trabajar también en conciertos de Janet Jackson y Scorpions.
La disciplina en la danza me dio la fuerza física en brazos y piernas, así que en este último me tocó hacer montaje de luces junto a un ejército de compañeros, en donde yo era la única mujer. Fui seguidorista arriba de la estructura por mi poco peso. Manejé un seguidor Super Trouper, el cual manipulé amarrando un extremo a mi pierna, con el objeto de que no se picara con el peso, y así girarlo. Así permanecíamos en vertical, no importando el movimiento de la estructura, la cual era móvil. Fue una experiencia muy intensa”.
Río
Años después, ya en México y después de un período de resocialización en los teatros tapatíos, Rosa María Brito fue convocada para una importante tarea: “Fui invitada por el empresario César Cosío para participar como iluminadora del segmento mexicano de la clausura de los Juegos Panamericanos de 2007, en el Estadio Maracaná de Río de Janeiro. “Había que aterrizar las instrucciones enviadas: el timing de la entrada de todo el equipo de iluminación gigantesco, del cual no recibimos un plot, sino la lista del equipo con una descripción escueta y la colocación”.
“Estuve en la carrera de escenografía en el INBA un año y medio y surgió el momento en el que partí a Nueva York con la decisión de estudiar una carrera en la parte técnica de los escenarios”.
“Había un diseñador de iluminación para todo el evento, pero él no sabía nada del evento mexicano. Esto era una pirámide redonda al centro, que subía en rampas donde tenía que bailar un grupo folclórico local, danzantes, un mariachi, y el grupo Telefunka. La iluminación ya estaba colocada y yo decidiría los matices, colores, qué entraba y en qué momento. Lo difícil de este proceso fue conectar los cues con la música, ya que el track de México entraba en un track gigantesco de otras cosas. Era cuestión de hacer una grabación de la iluminación sincronizado con el backup de mariachi, tal y como se hace en estos espectáculos masivos. Fue una experiencia muy complicada, pero de gran aprendizaje”, manifiesta con satisfacción.
La trayectoria 360 de Rosa María ha sido complementada por varias líneas profesionales, que abarcan el teatro musical, los ensambles y la docencia (estas tres áreas las desarrolla en el ITESM), así como el más reciente reto: la ópera Pagliacci, en el Conjunto Santander de Artes Escénicas de la Universidad de Guadalajara. Finalmente, con numerosas experiencias y anécdotas que quedan en el tintero, nos comparte una reflexión sobre su camino recorrido: “He tenido una vida muy rica y muy arriesgada desde el punto de vista de la equidad de género. Empecé en momentos difíciles en los que la mujer no era reconocida en la estructura técnica dentro de las artes escénicas, pero afortunadamente, los tiempos han cambiado. Ahora observo con mucho entusiasmo la cantidad de mujeres jóvenes que se están dedicando a la escenografía y la iluminación. Quiero decirle a las nuevas generaciones que sean valientes, que se atrevan, ya que la vida cambia de un momento a otro y hay que decidirnos a cambiar cosas en nuestra propia vida, para tener nuevas etapas y aprender mucho más”, finaliza.