Ampliamente reconocido por su labor como ingeniero de grabación, particularmente en el ámbito de la música de concierto, Xavier Villalpando fue cofundador del sello Quindecim Records y actualmente impulsa su propia productora: Altuus. Con más de tres décadas de trayectoria, ha participado en múltiples proyectos discográficos en la escena mexicana y es probablemente una de las pocas personas que ha escuchado cada nota que ha sonado en 24 años del Festival de Música de Morelia, en el que ha colaborado incansablemente. En el marco de la edición 2012, Xavier accedió a conversar para hablar de su trabajo en el mundo de la música clásica.
Has estado en todas las ediciones del festival. ¿Qué tanto ha cambiado?
“Desde 1989. Los cambios más importantes han sido en el presupuesto. Cuando inició hubo un boom muy especial. Había muchos patrocinios, era más grande, duraba más, había más eventos, se programaban más orquestas. Pero con las crisis los apoyos empezaron a reducirse y obviamente, tuvimos que adecuarnos. Se comenzó a jugar más con la programación, a invitar a ensambles más pequeños, incluso menos conocidos pero igualmente buenos. En general, el nivel artístico se ha mantenido”.
¿Y tecnológicamente?
En ese sentido, siempre vamos al día. Sabemos que podemos comprar un equipo y a los dos meses sale el nuevo modelo. Por ejemplo, cuando empezamos a trabajar en el festival aún no existía el DAT. Había equipos digitales PCM que grababan en cintas de video y a veces traíamos grabadoras de carrete. Ahora grabamos directamente al disco duro de la computadora y sabemos que lo que hace la diferencia del sonido básicamente es la interfaz, no tanto las grabadoras. También tenemos equipos que registran directamente en tarjetas SD. Yo prefería el DAT porque me gustaba la sensación de seguridad; si la cinta se dañaba solamente se perdían unos cuantos segundos, pero ahora, si la computadora sufre un desperfecto, se puede perder todo el registro del festival”.
¿Cuál es el principal reto de trabajar en un festival como éste?
“Ante todo soy músico. Un fotógrafo no toma una imagen para ver qué le sale, cuando captura una imagen ya tiene en la cabeza un encuadre, una idea. Como músico, sabemos cuál es el balance que queremos conseguir y cómo debe sonar. Los problemas pueden ser técnicos: resolver imprevistos de última hora, pero la experiencia sirve para solucionarlos. Tengo 24 años en el festival, ya conozco todas las iglesias, los patios y salas. Es muy raro que algo nos sorprenda; tal vez puede ser un apagón. Recuerdo que cierta vez estaba conectado a una fase con la televisión y me mandaron 220 volts. Todos mis fusibles saltaron”.
¿Si tú programaras el festival escogerías otras sedes para ciertos conciertos?
“Definitivamente. Entiendo las necesidades del evento y que deben cumplirse ciertos requerimientos. A veces los conciertos se programan en espacios que visualmente resultan muy efectivos, pero musicalmente quizá no tanto. Si fuera parte del comité del festival quizá elegiría los espacios por el tipo de música que se interpretará y no solamente por el cupo. Hay lugares que suenan muy bien pero su aforo es de 300 personas y se esperan mil. Mi espacio favorito por la acústica es la Sala de Niños Cantores del Conservatorio, que no es tan silenciosa pero es ideal para música de cámara”.
¿Consideras que tu trabajo como ingeniero de grabación dedicado a la música de concierto es menos apreciado que el trabajo que realiza un colega de la música popular?
“Más que apreciado yo diría remunerado. En la música popular hay más dinero en juego. Es muy distinto lo que gana un violinista con 20 años de trayectoria, por más bueno que sea, a lo que gana un grupo que toca sólo acordes mayores, pero que llena estadios. La compensación es artística más que económica”.
Háblanos de tu trabajo en la industria de la grabación
“Soy 99 por ciento músico. La parte de la ingeniería la estudié porque me era muy difícil entablar un diálogo con los ingenieros y explicarles cómo quería que sonaran las grabaciones. Siempre nos peleábamos, así que resultó más fácil aprender la ingeniería que se utiliza en la música de concierto y es un poco menos complicada, de tal forma que empecé a hacerme de equipo y realizar esa labor. Respeto mucho a los ingenieros que trabajan en la música popular, la forma en la que utilizan, por ejemplo, los compresores y otras herramientas que yo rara vez manejo. En realidad, me considero un productor que hace también la parte de ingeniería”.
¿Gracias a tu experiencia en la producción de discos y en la grabación de eventos como el festival tienes alguna preferencia?
“Son trabajos muy diferentes. Me gusta más la grabación de un disco porque una vez que tengo el sonido y la parte de la ingeniería lista, no se toca. Entonces entra mi parte de músico y trabajo con la partitura, el director o los integrantes de los ensambles: les digo en qué compás o acorde me gustaría otro balance o un acento…me agrada más que la ingeniería misma. En eventos como el festival me preocupa que se escuche bien la señal que genero y se transmite por la radio y la televisión, muchas veces en vivo. La tecnología es engañosa, parecería que ya no necesitamos profesionales de la industria para generar un buen producto”.
“Un tiempo lo sufrí. Al principio los proyectos se caían. Con micrófonos que valen tres mil dólares resulta que una persona invierte ocho mil pesos en una computadora, una tarjeta de sonido y un poco de equipo y aparentemente logra un buen resultado. La tecnología es muy bondadosa. Y lo cierto es que a veces las grabaciones no quedan tan mal. Todo el mundo cuida el dinero que tiene, pero poco a poco esos proyectos han regresado porque se dan cuenta que sus productos no resultan tan llamativos para la gente. Todos sufrimos un poco de esto: los que hacen cine, video y música”.
¿Nos estamos volviendo escuchas menos exigentes?
“Creo que sí. Los formatos nuevos, cualquiera de ellos, son menos fieles que la grabación original. El 80 por ciento de la gente escucha música en reproductores portátiles y algo que siempre critico es que el iPod viene con audífonos malos y la gente no los cambia. A veces me sientes tonto de cuidar tanto la grabación, utilizar el mejor micrófono, tener al mejor músico y pelear por conseguir la Sala Nezahualcóyotl para que la gente termine escuchando la música en un reproductor portátil. Pero no puedo bajar la calidad como profesional con ese pretexto”.
¿Cómo escuchas la música que es importante para ti?
“Es importante tener una referencia. Tengo varios sistemas, por ejemplo, mis monitores Genelec y KRK, que uso por peso y tamaño. También utilizo audífonos Sennheiser y unos AKG 1000 que conecto al amplificador. Escucho mucha música en ellos para acostumbrarme al sonido, grabaciones de Deutsche Grammophon y Philips. Cuando se escucha otra música en ese mismo equipo se tiene ya una referencia. Debemos tener el mejor equipo posible; no conozco a nadie que pueda mezclar y masterizar con unos audífonos de iPod”.
¿Recomiendes algún kit básico?
“Lo más importante son los micrófonos. A fin de cuentas es lo que reproducirá fielmente el sonido, los armónicos y detalles que dan color a la grabación. Yo utilizo, entre otros, los Schoeps para música de concierto, son una maravilla. A veces me preocupo más por el amplificador o el cable y el resultado musical no me gusta. Es importante, pero hay que saber mediar entre la tecnología y el arte. Es más importante, saber dónde colocar el micrófono y tú, como productor, qué quieres sacarle al artista”.