No tenía la mayoría de edad, pero sí el fuego del rock en las venas cuando Víctor Moreno se hizo “secre” de la mítica banda El Ritual, circunstancia que a la postre le convirtió en el encargado del escenario del Festival Avándaro en 1971.
“Estaba en el Poli (IPN), me tocó vivir el movimiento de 1968 y el soundtrack de la época sonaba en Radio Capital con el rock legendario de Jimmy Hendrix, Deep Purple y The Beatles, mientras que en México ya se empezaba a dar el brinco y se dejaba el a go go y todo ese tipo de música, para que las bandas incursionaran en la vena de la psicodelia y el rock pesado, como Los Ovnis, La Máquina del Sonido, Los Yaqui y el grupo que a mi gusto era el más destacado en ese momento: Los Dug Dugs, que para mi sorpresa supe que vivían cerca de mi casa. Un día los busqué, estaban ensayando y me dije: ‘¡de aquí soy!”.
“Aquellas bandas tenían mística y discurso y en el escenario montaban un show con máquinas de humo, luces y parafernalia que en ese entonces era algo novedoso”.
De las tocadas en salones de fiestas a los hoyos funky
El anhelo de tener su propia banda hizo acudir a Víctor a los ensayos donde circulaban también otros proyectos como el de Javier Bátiz, Grass and Flowers y Peace and Love, entre otras, entorno que favoreció la convivencia con los instrumentos y equipo de audio de la época. En 1971, conoció a El Ritual y se dio la invitación para ser del staff:
“Yo estaba feliz, era mi mole y me pagaban por trabajar con ellos. Era un trabajo muy pesado porque todos traían amplificadores del tamaño de un ropero. Martín, el organista, traía un Hammond 3 con su altavoz Leslie y entre seis lo movíamos. Me empecé a interesar y aprender mucho acerca del equipo y cómo funcionaba todo. Tuve acceso también a cómo grabaron ese disco legendario de la banda; estaba en el estudio con ellos. Se fueron a la cúspide en la época, tenían mística, discurso y en el escenario montaban un show con máquinas de humo, luces y parafernalia que en ese entonces era algo novedoso”.
“Cada grupo tocaba con su batería y eran enormes, con doble bombo, un montón de toms y platillos, así que fue de desmontar una y luego la otra. Estábamos acostumbrados a poner y quitar rápido, porque cuando íbamos a los hoyos funky, por ejemplo, el Salón Chicago, estaba tocando Javier Bátiz y, terminando él, sus secres ya estaban bajando por un lado y nosotros subiendo por del otro; yo me encargaba de la batería y de montar atriles y por eso acabé de baterista. Lo hacíamos en menos de diez minutos. Agarramos mucho paso y empezamos a conocer mucho de equipo, qué amplis para el bajo, cuáles no, cuándo una Gibson, una Fender, los micrófonos de baja y alta impedancia, la afinación y demás”.
“En ese momento se vino una explosión en cuanto a la difusión de los grupos mexicanos, porque la radio se abrió: sonaba La Revolución de Emiliano Zapata, El Amor, La División del Norte, los Three Souls, todo eso unos meses antes del Festival de Avándaro. Los eventos donde tocaban empezaron con 500 personas en bares, frontones y auditorios de escuelas y en medio año ya eran 5 mil”, relata Víctor.
El evento especial que se convirtió en festival
Cuando se empezó a hablar de Avándaro, el manager de El Ritual y Peace and Love era Armando Molina, quien había sido cantante de La Máquina del Sonido, y fue el contacto con la gente de Telesistema Mexicano, quienes originalmente hacían eventos para una carrera. Fue su petición de armar una Noche Mexicana lo que dio paso a la propuesta de una tocada con las bandas La Revolución de Emiliano Zapata y Javier Bátiz:
“Cuenta la leyenda que aquello no se concretó y fueron las bandas de Molina las que armaron el cartel. Iban a ser cuatro, luego pasaron a ocho y quedaron en 12, el plan era estar de 8 de la mañana a 8 de la noche; se esperaban entre 10 y 20 mil personas como máximo”.
“El equipo se había ido un día antes y todo se entregó a la empresa de Galván Castro: cada banda mandó su backline y se concertó que íbamos a juntar el equipo de todos. Hubo un staff general que mandó una de las filiales de Telesistema Mexicano, porque llevaban equipo para grabar, pero no tuvimos un PA como tal, sino que se armó con la fusión de todo lo que llevábamos y al final fue insuficiente. Como era mucha gente sobre un escenario de 20 metros de ancho por 6 de fondo, Armando tomó la decisión de poner una coordinación general nombrando a Fernando Rivera ‘El Cabezón’, que estaba con Peace and Love, y a mí como responsables del escenario”.
“Pensé que estaba viviendo un sueño, hasta que me percaté que me había sacado la rifa del tigre: teníamos equipo muy identificado, el mejor lo llevaba Peace and Love y El Ritual, porque usaban amplificadores Acoustic, que compraban en San Diego; los de El Amor traían sus Ampeg y todos los bajistas tocaron con eso. Three Souls usaba Fender; ningún guitarrista llevaba pedalera, no existían, tampoco los procesadores. El microfoneo fue de lo más rudimentario, tanto para la batería como para el resto del equipo, el que hubo era del equipo de la televisora, que grabó el audio; los amplis sonaban como PA, porque lo que hicieron fue sumar las bocinas de todos, interconectar los equipos para que saliera el sonido hacia adelante. Optimistamente pienso que eso daba para que se oyera hasta 50 metros”.
“Además estaban también las cámaras de Telesistema Mexicano, eran enormes: dos en cada extremo del escenario y su cableado; un mar de cables y teníamos que estar arreglándolas con todo. Las plantas de luz que llevaron se vieron rebasadas, porque estaban funcionando desde las 10 de la mañana. Todo lo llevó la televisora. Como avanzó la jornada fuimos definiendo qué íbamos a montar y cómo lo íbamos a poner. Por la cantidad de equipo que había decidimos hacer una segunda línea que sirviera de respaldo, por si algún aparato fallaba, pero empezó a llover y el escenario no tenía paredes, la lluvia entraba y empezó a mojar los aparatos”.
“Para el viernes a la media noche, ya había entre 20 o 30 mil personas, comenzaron a pedir música y se hizo una prueba de sonido con músicos de El Ritual, Peace and Love y se aventaron un palomazo al que se conoció como Zafiro, que prendió a la gente, luego cerró Three Souls y quedamos todos muy motivados. La gente estuvo llegando toda la noche, hasta ser entre 200 mil y 300 mil personas. Llegó gente de todo el país, de Sudamérica y Estados Unidos; fue el tercer festival en magnitud a nivel mundial”.
“En Avándaro, los amplis sonaban como PA, porque se sumaron las bocinas de todos para que saliera el sonido hacia adelante. Optimistamente pienso que eso daba para que se oyera hasta 50 metros. Realmente no sé qué se oyó más allá”.
Revaloración
Tras Avándaro, Víctor armó su banda de power trío Medusa, con la que hizo rock pesado y pudo vivir el final de un movimiento de rock hecho en México que alcanzó su clímax con el respaldo y ocaso de un entorno que lo difundió e hizo presente:
“Todavía fuimos a la televisión, hicimos giras, tocamos en estadios y fue padrísimo. Seguimos aprendiendo, me llevé a Medusa y comencé a conseguir equipo; Ricardo Ochoa nos vendió su guitarra Fender, compré un bajo Gibson, una batería Slingerland y teníamos mucho apoyo de bandas como Náhuatl. Luego vino ese periodo de echar a los músicos y varios optaron por sumarse a las bandas de los baladistas y bandas de otros géneros”.
“A la distancia considero que puede haber una apertura para hacer sonar a aquellos grupos en más foros en vivo. No me he desconectado del todo. Cumplí 68 años y me siento con la confianza de que mi proyecto caminará bien y afortunadamente me he ido haciendo de equipo. Creo que puede darse una revaloración de lo que estas bandas tienen para compartir”.
Con un sinfín de anécdotas, Víctor Moreno tiene la actitud que se necesita en esta Industria para estar presente: aventarse y sobre todo, disfrutar la música. Él es la raíz del oficio que ahora llamamos stage manager.
Entrevista: Nizarindani Sopeña / Redacción: Marisol Pacheco