Todo mundo sabe lo que es una bocina: un altavoz, altoparlante, o simplemente, parlante. Se dice que es un tipo de transductor, palabra que suena muy compleja, pero que se puede explicar sencillamente como un dispositivo que transforma un tipo de señal en otra y que en este caso convierte un flujo de corriente eléctrica en energía mecánica; esto es, movimiento que producirá sonido. Lo curioso es que una bocina tenga nombre —¿será como la gente que le pone nombre a su automóvil, o el músico a su instrumento? —. Pues dicho nombre corresponde con el de la persona que la concibió, que no fue una ingeniera llamada Leslie, ni un hombre bautizado así, sino un inventor y músico de nombre Donald James que se apellidaba Leslie.
Diferencias esenciales
¿Qué distingue a la Leslie de las otras bocinas? Primeramente, hay que decir que al tener en el mismo gabinete al amplificador y a la bocina, la convierte en lo que es conocido actualmente como un combo. Aquí lo excepcional es que Leslie incluyó un motor que hacía girar esta bocina, creando un sonido en movimiento que muchos sintetizadores y teclados electrónicos tratan de emular y que llaman “rotary speaker” (bocina rotatoria). En modelos posteriores se decidió que en lugar de hacer girar la bocina se utilizaría un reflector —una especie de espejo para el sonido— que en su movimiento circular mandaría el tren de ondas sonoras a diferentes direcciones.
Aunque existen gran variedad de modelos, una típica bocina Leslie, como la popular Model 122, consta de un crossover que divide la señal que le llega del amplificador, dirigiendo los sonidos de menos de 800 hz a una bocina de quince pulgadas posicionada con el cono hacia abajo —donde se ubica un gran reflector giratorio— y los sonidos de más de 800 hz a la bocina aguda —con un reflector en forma de trompeta—. Cada uno de los reflectores tiene un motor, aunque como hay dos velocidades de rotación, en muchos modelos se utilizan diferentes motores para la velocidad, lo que da un total de cuatro motores dentro del gabinete. También fue necesario incluir un mecanismo de frenado para el reflector grande, porque éste duraba mucho tiempo girando después de que se apagaba el motor.
La historia cuenta que Donald James —creo que ya le podemos llamar Don, para romper el hielo—a mitad de la década de 1930 compró un órgano Hammond, esperando que fuera un buen sustituto de un órgano tubular; sin embargo, parece que en su casa ya no lo escuchó tan impresionante como en el showroom, lugar que contaba con muy buena acústica. La crítica principal de Don Leslie era que en un órgano de flautas, al tener colocados los tubos sonoros en puntos diferentes del instrumento, se crea un sonido que proviene de diversos lugares —incluso es posible que el organista toque una serie de teclas contiguas y que cada nota vaya sonando alternativamente a la izquierda y a la derecha del intérprete— y este efecto de espacialización o sonido en movimiento fue lo que lo impulsó a reproducirlo con la construcción de su propia bocina.
Ya que la bocina Leslie fue diseñada para el órgano Hammond, lo más lógico era vendérsela a esta corporación, pero no les interesó el ofrecimiento de Don Leslie, por lo que él mismo con su propia compañía, Electro Music, comenzó a vender sus bocinas a partir de 1940. Como suele suceder en la industria musical, este negocio fue cambiando de manos: comprado por CBS en 1965, después pasó a Hammond en 1980 y tras un par de intermediarios más terminó con Hammond Suzuki, quien actualmente tiene los derechos de la Leslie.
Un clásico presente
La bocina Leslie y el órgano Hammond es una de las parejas inseparables de la música y su sonido se puede encontrar en multitud de grabaciones de jazz, rock, pop y otros géneros. También hay quienes la han utilizado para amplificar otros instrumentos, siendo un ejemplo muy famoso el de Eric Clapton como invitado en la grabación de la pieza de los Beatles, “While my Guitar Gently Weeps”, donde su guitarra se procesó con una Leslie. Las agrupaciones musicales con grandes presupuestos todavía suelen presentarse en concierto con un órgano Hammond y una o dos bocinas Leslie, lo que indudablemente ha de ser poco estimado por los roadies, ya que un Hammond B3 con su pedalier y su banco pesan poco más de 19 kilos y una bocina Leslie alrededor de sesenta, lo que lleva a preguntarnos si existe actualmente algún sustituto de ambos que sea realmente portable.
Existen varios simuladores Leslie en hardware y en software, pero no logran convencer a la mayoría de los organistas, tal vez porque el resultado producido por la Leslie es muy complejo. Aunque hay otros factores involucrados, comúnmente se le atribuye al efecto Doppler el sonido creado por esta bocina, efecto que surge al tener una fuente sonora o un oyente en movimiento (o ambos), los que al acercarse o alejarse entre sí producen en el oyente un aparente cambio en la altura del sonido, haciéndose más agudo o más grave. El efecto Doppler podemos percibirlo cuando parados sobre la calle, una ambulancia pasa al lado de nosotros: cuando ésta se acerca, el sonido de la sirena parece incrementarse en frecuencia —se escucha cada vez más agudo— y cuando se aleja, la frecuencia va disminuyendo –la sirena se va escuchando más grave–. Estos cambios de frecuencia o altura son percibidos por el oyente en la calle, a pesar de que la frecuencia que emite la sirena siempre es constante— como lo podría confirmar cualquier tripulante de la ambulancia—.
La razón de estos cambios de frecuencia se dejará para consultar en algún libro de acústica, pero lo que sí hay que anotar aquí es que el sonido en una Leslie no se asemeja al de esa ambulancia, ya que lo que se escucha en la bocina es un cambio de altura que sube gradualmente hasta un máximo y luego baja progresivamente hasta un mínimo, comportamiento que se repite una y otra vez, y que se designa como vibrato. Entonces, lo que hay que especificar es que el efecto Doppler es el que produce el vibrato, ya que el movimiento circular del reflector dentro de la bocina Leslie hace que la fuente sonora se acerque y se aleje del oyente —dentro de un rango muy pequeño, pero justo el que se necesita para el vibrato— causando aumento y disminución de la altura, de forma paulatina y cíclica.
Además, debido al movimiento circular de los reflectores, ocurre que el sonido está más cerca del oyente cuando el reflector se dirige directamente a él y más lejos cuando apunta a la dirección contraria, y estos cambios de distancia de la fuente sonora producen cambios de intensidad continuos entre dos puntos extremos, dando como resultado el efecto llamado trémolo. Si esto parece difícil, se va a complicar más, porque como todo el sistema de altavoces y reflectores está encerrado en una caja, se crearán múltiples reflexiones en diferentes etapas del efecto Doppler —y por lo tanto con diferentes frecuencias— y producirá algo parecido a un efecto de chorus. En resumen, el mecanismo giratorio de la bocina Leslie produce vibrato, trémolo y chorus: una multiplicidad de efectos que explica la dificultad de emularlo o diseñar un programa que produzca esta combinación en las proporciones adecuadas.
Esta historia comenzó cuando Don Leslie compró su Hammond, órgano del que “no compré su bocina para ahorrar dinero; pensé que podría hacer bocinas. Así que lo hice”, mencionó alguna vez. Pero con todo y su bocina, Don Leslie no logró que el Hammond sonara como un órgano de iglesia; tal vez por eso, décadas más tarde construyó su propio órgano tubular-electrónico. Seguro que imaginó que podía hacerlo… y lo hizo.
*Licenciado en órgano por la Facultad de Música de la UNAM y profesor del Conservatorio de Música del Estado de México. Después de ser tecladista del grupo de rock Iconoclasta, en 2009 funda su agrupación GOVEA, con quien ha producido dos discos compactos y un DVD. Ha compuesto obras para orquesta de cámara, cuarteto de cuerdas, orquesta Big Band y su pieza “Subliminal” (para cello y electrónica) fue grabada en 2019 por Jeffrey Zeigler (ex-integrante del Kronos Quartet). Escribe sobre análisis y apreciación del rock progresivo en su blog www.salvadorgovea.com