Resultado de la colaboración entre Ramón Amezcua y Harald Grosskopf (Ashra, The Cosmic Jokers, Klaus Schulze), se trata de un disco que también hizo realidad la colaboración del mexicano con su héroe musical:
“Durante el confinamiento me dediqué a producir y experimentar con los equipos que no usaba hacía años. Grababa y subía video y audio de lo que hacía y un día, a Harald le gustó y empezamos a escribirnos. Nos habíamos hecho amigos en Facebook por un acercamiento que hubo a través de un amigo que tenemos en común, quien me sugirió hacer una colaboración con él”.
“Ha sido muy divertido y a la vez, en el caso de este proyecto, algo que nos conectó de muchas maneras, en mi caso con mis raíces de electrónica alemana, con este pionero del krautrock, la oportunidad de aprender de alguien que admiré porque escucho su música desde finales de los años setenta, tenía sus discos y las participaciones que hizo con Klaus Shulze y esos proyectos setenteros. Fue algo surreal que nunca imaginé hacer en mi vida”, relata quien fuera uno de los colaboradores clave del Colectivo Nortec.
Tras armar el primer sencillo, “Cactomuzik”, siguió el intercambio que hizo posible este álbum de seis temas, editado por el sello de Ramón, Milovat Records: “Es un proyecto con el krautrock como eje. Está en su ADN y de mi parte, me permitió expresar todo lo aprendido, todas mis influencias, incluso usé equipos de los años setenta que tengo en mi estudio, muy antiguos, que se usaron para el género, traídos a este contexto totalmente diferente, como el sintetizador EMS, usado por todos los grupos de krautrokc y el progresivo posterior a eso, y otro que sin tener que ver con esa época, me influenció mucho en la electrónica: el sintetizador Roland TB303. Lo usé fuera del contexto del acid, el techno y el acid house, como herramienta para traer ideas musicales inspiradas en esas secuencias electrónicas setenteras. Otra tecnología fue la síntesis granular, que no es algo nuevo, pero con lo que deconstruí parte de los ambientes”, detalla Ramón.
Todo armado a la distancia durante tres meses, con la venía de los alojamientos en la nube, el interés mutuo y el hecho de disfrutar la realización de un proyecto así. “Fluyó porque también fuimos respetuosos; por ejemplo, en la edición, que fue muy importante. Harald expresaba sus ideas sin filtrar tanto las cosas, porque a veces era mucho material el que nos mandábamos. La forma de selección fue elegir lo que mejor pudiera expresar nuestras ideas. Creo que este tipo de proyectos, como el krautrock y su esencia minimalista, tiene que ver más con esa sencillez, dejar poquitas cosas y que fuera algo muy simple, que expresara nuestras raíces, nuestra conexión. De mi lado una proyección de México y su música electrónica”, expone.
Esa guía estética de lo mínimo aplicó en la mezcla y la masterización, partiendo del uso del software con el que ambos trabajaron: Ableton Live: “Harald me mandaba las sesiones y viceversa. Usamos plugins similares y bueno, yo usé mucho hardware y él mucho software, pero teníamos este oído común, con una estética que nos identificaba a los dos, ambos en el mismo canal. Lo que hicimos fue tratar de respetar ese sonido del krautrock y dar ese tributo a la electrónica. Entonces, sólo en algunas cosas traté de dar cierta dinámica para que no quedaran tan plano, como de jam, digamos. Poner ese rango dinámico de forma cuidadosa y, por el lado de la masterización, la hice en mi estudio, usando la plataforma Landr, que me gusta mucho porque me permite comparar lo que hice o bien dejar la versión que me da”.
Así, este singular manifiesto de México hacia la aportación del krautrock, evoca el ejercicio de reconexión que también detonó el confinamiento sanitario, como comparte Ramón: “Me dio tiempo de escuchar mis discos, estar casa y reconectar con las raíces y lo pasado, porque a veces el tiempo y la inmediatez no lo permite. Este disco tiene que ver mucho con la cuarentena, con esa conexión, y para mí fue una gran oportunidad de expresar que soy parte de esa generación que creció escuchando esa música; que marcó mi vida y cuando quería sonar como ellos. Todo eso también es parte de este tributo”.
“A mí me gustaría que en cinco años se recordara lo que hice en estos tiempos extraños. Veía un disco de Depeche Mode de 1982 y fueron muchos los recuerdos y personas que pasaron por mi mente. Para mí fue algo que me enriqueció, porque al final son cosas que te permiten abrir la imaginación con el sólo hecho de abrirlos; es un canal en extinción con tanta música e inmediatez que tenemos en la web”, concluye certero el músico.
“Quetzalkrautl” es el resultado de un diálogo entre dos momentos, dos personajes clave en el desarrollo de un género musical que habla de sus países; un homenaje a lo que somos y podemos seguir siendo, adaptando lo humano a la innovación con sus fascinantes posibilidades.
Entrevista: Nizarindani Sopeña / Redacción: Marisol Pacheco