Una de las premisas más importantes de la música es su componente social. Como lo afirma Enrico Fubini en su libro “Música y lenguaje en la estética contemporánea”: “La música presenta mil engranajes de carácter social, se inserta profundamente en la colectividad humana, recibe múltiples estímulos ambientales y crea, a su vez, nuevas relaciones entre los hombres”.
Mucho se habla de la manera como se hace la música; mucho se abarca en la información de la parafernalia técnica y sonora en los créditos escritos en letras pequeñas al reverso de los discos; también se habla en demasía de cifras, ventas, discos de oro, sold out de conciertos y demás, pero poco se abraza el tema de la música desde su vínculo estrecho con el desarrollo de una sociedad y su fin de lograr el bienestar colectivo. En otras palabras, poco se trata la transformación social a través de la música, la creación del tejido social gracias al arte musical”.
En este artículo, y desde la óptica de mi proyecto “Techxturas Sonoras” como constructor de tejido social, pretendo dejar sobre la mesa a los hacedores de música, inquietudes que si bien se pueden convertir en iniciativas, también pueden servir como un llamado para que den una doble mirada a nuestra posible función, no solo como creadores de música, sino como artesanos del tejido social a partir de nuestro arte.
El poder de la música está en sí misma, si entendemos su milagro”
La música, indispensable
La música es importante por su valor cultural y por ser un elemento dinámico que participa en la vida social de las personas, configurando y construyendo memoria a lo largo de las vidas; además, tiene una capacidad de comunicación no semántica y su poder sensitivo le da la capacidad de ser una potente herramienta de comunicación; esto, aunado a su desarrollo, acompañamiento y evolución en la historia de la humanidad, le da un poder intercultural.
Es aquí donde surge una gran pregunta:
¿Es suficiente para la música simplemente aportar divertimento, baile o complicidad emocional? Mi respuesta es: no.
Es como creer que uno solo está en la vida para respirar, dormir y comer.
Muchos artistas creen que por hacer donaciones millonarias, fundar ONG´s, dar conciertos gratis o visitar orfanatos, ya están haciendo una labor social, pero la gran verdad es que están lejos de entender que el poder de la música no está en el dinero que genera, ni en alimentar el ego propio. El poder de la música está en si misma, si entendemos su milagro. Refuerza el crecimiento afectivo y emocional de la infancia. Educa en la identidad, promueve equidad, inclusión, respeto, confianza, educación y participación.
La música permite desarrollar habilidades dentro y fuera de su entorno natural, puede solucionar problemas de identidad, aporta actitudes, valores, herramientas de interacción con otros, ayuda a la expresión oral, al aprendizaje, al lenguaje y en proyectos como “Tambores de Siloé” (barrio marginado en Cali, Colombia), ayuda a los niños y jóvenes a saber actuar ante los problemas, ya sean familiares o de su entorno, a desarrollar su autonomía y a la toma de decisiones.
Claro, también hay casos nefastos, en los que la música es destructora del tejido social, como por ejemplo cuando está en manos del reggaeton y otros géneros que no se merecen tenerla como vehículo y que no le hacen justicia a su poder divino de transformación.
Otra cosa importante es no limitarnos. El aporte de la música no solo debe acotarse a fomentar el aprendizaje musical en busca de la prevención de violencias (como lo creen muchas instancias de gobierno), sino que su existencia puede promover derechos, inclusión social y también se extrapola a todo un tema cultural.
Creo que la música en sí debe ser un vehículo capaz de generar cambios y mejoras profundas a nivel individual, y no hablo del manoseado y malentendido género música medicina, o de los sonidos new age y demás. Me refiero a cualquier género. Por ejemplo, la música punk, aunque no se crea, construyó tejido social al ser el punto de encuentro de los jóvenes marginados del Reino Unido en los setenta y también de los jóvenes en México en esa época, en la que ser joven en nuestro país, era ser ciudadano de segunda categoría.
El hip hop hizo lo mismo en Estados Unidos al emparentar a jóvenes blancos y negros que vivían hasta el hartazgo de los abusos institucionales. La música disco y el funk construyeron tejido social al combinar en una misma pista de baile a blancos y negros en unos años, derrotando al racismo en aquel país.
Cuando The Clash integró ritmos jamaicanos a su música, fue cuando la comunidad negra marginada en el Reino Unido sintió que esa música también le hablaba a ellos.
La existencia de la música puede promover derechos e inclusión social”
¿Y la música electrónica?
Esta es una zona gris, y es donde quiero plantar la inquietud a los hacedores de este género en México. No olviden que su gen es mexica y latinoamericano. Lo digo porque lo que veo muy a menudo es que a través de su música, muchos buscan parecerse a los europeos o a los gringos.
Y ¡ojo!, no hablo de la estructura matemática sonora de los géneros, sino del concepto y del alma detrás de las canciones que se hacen. No digo que esté mal hacer sonido purista, pero también se puede apostar por involucrar por convicción y no por estética, elementos ligados a nuestras raíces, como bien podría suceder, por ejemplo con algunos hacedores de afro-house, para que sus fusiones de grooves con elementos afro regionales se hagan con un sentido que vaya más allá de la forma y de la moda, y para poder decir de manera tajante y tangible que a través de esta música se está gestando tejido social, gracias a que esas fusiones ponen en diálogo a dos culturas. Al fin y al cabo, con estas alquimias, se está invitando a un público más amplio a resignificar y conectar ciertas sonoridades. Eso es inclusión.
En México, en otros ámbitos de la música se ha dado esta inclusión y afortunadamente se ha dado por una convicción extrema de lo nuestro; y este sentir debería suceder en toda la música. También han habido accidentes afortunados, como el sonido Nortec, que aunque no se creó con esa mentalidad de inclusión, porque el concepto “tejido social” no existía cuando fundaron el colectivo, con el tiempo se valoró su propuesta más allá de la música, elevándola a un nivel cultural, gracias a que unieron expresiones regionales bajo el abrigo de sus sonidos electrónicos, y es ahí donde radicó su gran aceptación, no en el hecho de la fusión, sino en la inclusión. Hicieron, sin saberlo, un tejido social que arropó a tribus de seguidores de 2 géneros aparentemente disociados.
En mi caso, “Techxturas Sonoras” llegó con el afán de caminar en lo cultural para aportar al tejido social desde la música electrónica. El hecho de poner en la misma conversación la memoria literaria de México y música electrónica y de sentar en la misma mesa a generaciones adultas y jóvenes, genera conexiones más profundas.
Cuando la música construye tejido social, se vuelve historia y construye historia”
Bien lo dijo Mark Tramo, del Instituto para la Música y la Ciencia del Cerebro en la Universidad de Harvard, cuando afirmó: “La música es un factor de cohesión social, o como lo escribió Paul Hewson (Bono, de U2) en su reciente libro “Surrender”: “Vender una cantidad de discos solo constata tu popularidad. Si aspiras a la grandeza, te harán falta otras varas de medir, aparte de lograr que algunas de tus canciones figuren en las listas”.
Creo que una de esas varas es que los productores o hacedores de música se planteen ciertos objetivos a la hora de querer lanzar un tema, más allá de tener otra canción más en su haber. Esa grandeza puede estar en lo social y en las fusiones.
Creo que la música puede ser un vehículo para transportar y cuidar tradiciones orales sin importar el género. Creo que la música, sin importar su género, puede ser un vehículo para mantener vivas las memorias culturales o literarias.
Cuando se logra esto, realmente se da la primera puntada en la construcción del tejido social a partir de la sonoridad.
Por Jairo Guerrero (B-Liv – Techxturas Sonoras)*
*Con más de 30 años de experiencia en el medio musical como Artista, Productor explorador sonoro, periodista, productor de programas de radio especializada, editor de revistas de música y DJ, Jairo Guerrero es considerado uno de los artistas de música electrónica más reconocidos de nuestro país. Su propuesta sonora abarca desde ritmos para la pista de baile, hasta ensambles como Techxturas Sonoras, que generan puentes entre la música electrónica y la literatura.
Es miembro de la Academia Latina de Grabación Latin Grammy además de haber sido nombrado mejor Productor y Dj de House en México por los DWMC Awards México y haber obtenido el primer lugar en el MXP4 de Ministry of Sound en Londres.
Contacto: www.soyjairoguerrero.com