Se está produciendo el disco de “Juan Guitarrista y sus Virtuosos Voladores”, el cual estuvo en etapa de grabación durante tres semanas, en edición durante otras dos semanas y ha llegado el gran momento de…¡mezclar!
Es cuando llega a la etapa de mezcla cuando el proyecto cae en manos de “Pedro Mixer”, quien tiene libertad creativa absoluta, con el fin de que dicho disco sea una propuesta interesante, artística y placentera para cualquier oído. ¡Qué maravilla, el sueño de cualquier ingeniero de mezcla!
Sin embargo, al momento de abrir las sesiones, el señor Mixer descubre que el proyecto de J.G. y sus V.V. fue una súper producción, en la cual se encuentran aproximadamente 25 tracks de batería, diez de guitarra, doce de voces (sin incluir la voz principal, ocho tracks de teclados y los bajos de todas las canciones, que están triplicados o cuadruplicados).
Por una parte, será muy interesante y divertido el proceso de mezcla, ya que se podrá experimentar rotundamente con cada uno de los instrumentos para realmente jugar con las dimensiones. Con todo el procesamiento dinámico y de tiempo, Mr. Mixer generará una profundidad, anchura y altura espectacular que logrará que la escucha de esta producción sea una experiencia inolvidable.
Aquí es donde se pone interesante. Debemos recordar que la mezcla efectivamente debe ser una experiencia para el escucha y no un lienzo de ego en donde el ingeniero de mezcla pueda lucir todas las técnicas que no beneficien a la producción, pero que sí logran que los colegas digan algo como: “este cuate tiene buenos trucos”. No se puede olvidar que todo se trata de la producción, del artista, del disco, de la canción, es decir, de la música.
Cuando el público va a un concierto vive una experiencia única, dado que la gente que está en el escenario ofrece un performance. Al traducir esto a un disco, debemos recordar que la mezcla es fundamental para que la presentación se pueda vivir al escuchar el disco o la canción sin estar viendo a alguien moviéndose en el escenario o en un video. El elemento que más vida le da a la música es la dinámica, pero no podemos depender exclusivamente de procesadores dinámicos para que tenga vida nuestra mezcla y se sienta como un verdadero performance en las diferentes secciones de la canción. Aquí entra en escena uno de los recursos más viejos (aunque cada vez más olvidados) para la mezcla en un consola: stems.
Primero, aclaremos el significado literal de la palabra. Stem significa “tallo” en inglés y como sabemos, conecta con múltiples raíces que van enterradas bajo tierra; esto aplica para una pequeña flor de unos cuantos centímetros hasta un árbol de quince metros de altura. En este ejemplo, las raíces representan las múltiples pistas que existen de cada uno de los instrumentos que se grabaron en esta producción. Si contamos con 25 tracks de batería y diez de guitarra, significaría que tendríamos 35 faders diferentes en todo momento, con los cuales habría que estar trabajando a lo largo de toda la canción. Esto puede convertirse rápidamente en una pesadilla y tiende a resultar en que los faders se mantengan estáticos a lo largo de toda la mezcla, como si no hubieran cambios dinámicos interpretativos a lo largo de la canción. Es decir: la muerte al performance.
¡Pero hay una solución! Llegan los stems al rescate para demostrarnos que, aunque tengamos 25 tracks de batería, una vez que tengamos el sonido deseado de cada tambor individual, podemos dejar de tratar la batería como un conjunto de tambores con diferentes timbres y empezar a trabajarla como un solo instrumento. ¿Cómo se logra esto? Reduciendo las 25 pistas a un solo stem. De esta forma podemos interpretar la dinámica de la batería como si fuera un performance en tiempo real, en vivo, jugando con la intensidad en cada sección de la canción o, inclusive interactuando de una manera más activa con otros instrumentos. Por ejemplo, si el solo de guitarra crece de manera épica, la batería podrá crecer junto con el solo, no sintiéndose estático como si fuese una pista de acompañamiento pre programada.
Podemos contar con una mezcla en la cual estaremos trabajando con más de cincuenta tracks. Pero la llave a la felicidad y (muy importante), diversión durante la mezcla, es poder reducir esa enorme cantidad de pistas a un máximo de ocho stems, como si estuviésemos sonorizando un concierto. De esta forma, nuestra interacción y performance de la canción, o del disco completo, será mucho más musical, logrando el objetivo inicial de que la propuesta sonora sea interesante, artística y placentera para cualquier oído.
¡Que vivan los stems!
*Productor, ingeniero, compositor co fundador y tecladista de Fiusha Funk Band
Actualmente es coordinador de la Licenciatura y Diplomado de Negocios de la Música en SAE Institute México
Por Eduardo de La Vara Brown*