La vocación musical

La música es como la vida: un día naces en ella, nunca sabes cómo ni por qué. Así como un día estás viviendo en este mundo, un día sin darte cuenta, te encuentras respirando en el planeta de la música. Aprendes a caminar descubriendo un mundo nuevo al salir de tu cuna, emprendiendo los primeros viajes desde ese ángulo visual a solo unos centímetros del suelo, desde el cual se percibe todo demasiado grande. De la misma forma, la vocación musical se descubre poco a poco, comienza como una curiosidad sonora, con el contacto de algún instrumento, con la asistencia a algún concierto, con alguna experiencia musical individual, intuitiva, magnética, incomprensible, atractiva, interesante.

La vocación musical se descubre poco a poco, comienza como una curiosidad sonora, con el contacto de algún instrumento, con la asistencia a algún concierto, con alguna experiencia musical.

Un camino con direcciones diferentes

En la mayoría de la gente, esta primera experiencia es algo que no es más que un simple momento agradable. Para otros, esta vivencia se convierte en algo revelador, algo que no puede olvidarse y que deseas volver a experimentar. Si la primera experiencia se vive con un instrumento que no tienes a la mano, que ves en una tienda o en casa de alguien, el tiempo se vuelve una larga espera en la que solamente piensas en qué momento volverás a esa tienda o a la casa de quien posee ese instrumento para volverlo a tocar, para volver a sentir esa especie de placer, casi mágico.

Una vez manifestada esta inclinación, con la condición no tan común en la que un niño pasa más tiempo sentado intentando tocar un instrumento que jugando con otras cosas, los padres deciden la posibilidad de contratar un maestro que le dé lecciones de música a su hijo. Y ahí se inicia un camino que puede tomar distintas direcciones. Por supuesto, en este momento, la idea de una carrera musical no es muy real, pero aquí nace la posibilidad de que así sea. Con el célebre Mozart las cosas fueron distintas, pues su padre, al descubrir el talento de su hijo, quien desde los cinco años tocaba y componía música con una facilidad prodigiosa, decidió emprender una carrera musical temprana con sus hijos, realizando una gira a la manera de los Rolling Stones versión siglo XVIII por varias ciudades de Europa, mostrando al mundo aristocrático el talento de su hijo Wolfgang y de la bella Nannerl, su hermana mayor, quien también contaba con un talento maravilloso para la música. A excepción de esta breve y extraordinaria historia, en general, un niño de cinco años no improvisa ideas musicales estructuradas, ni compone minuetos ni se va de gira a tocar con su hermana por el mundo como toda una estrella de rock.

Llega un momento en el que ya no puedes parar; nace una sensación ligada a la música que ya no deseas dejar nunca, una necesidad constante de estar en contacto con ella, tocando, escuchando, creando, de muchas formas. La música se convierte en tu forma de vida, en algo que ya no es una actividad secundaria, sino un ingrediente esencial de tu existencia. Finalmente desaparecen las dudas y te entregas por completo a la música como una profesión, etapa en la que comienzas a notar los cambios, la transformación de una condición de aficionado a una condición profesional en la que tu sonido cambia, tus habilidades aumentan, tu comprensión musical se agudiza, comienzas a sonar como querías sonar unos años atrás, logras tocar la música que siempre quisiste tocar y todo esto se vuelve un proceso continuo, integral, de mucho trabajo y disciplina.

La creación musical como realización humana

Tus primeras composiciones son extrañas, contienen un impulso creativo maravilloso. Son los primeros intentos por construir algo musical, aunque en este esfuerzo primario no siempre logres quedar satisfecho, debido a la falta de experiencia para desarrollar con más profundidad tus ideas musicales, o por la falta de cierta técnica o práctica. Después del paso del tiempo, uno se sorprende muchas veces al redescubrir estas primitivas composiciones. El ego se apodera de ti en cierta etapa, consideras que lo que piensas es lo mejor, que tu música es el Santo Grial y con el tiempo descubres que lo que mejor haces surge justamente cuando eliminas el ego, que por sus iniciales es fácil de reconocer: El Gran Oponente.

El día que grabas o mezclas algo por primera vez, todo suena horrible. El milagro de lograrlo es suficiente como para concentrarse en que lo conseguido suene con cierta calidad. La mayoría de las veces se debe a que uno está en proceso de entender aquello a lo que después uno mismo se refiere como “lo que suena bien”. Más allá de las herramientas que por supuesto asisten los procesos técnicos, lo que cambia con el tiempo es uno. Con la experiencia se transforma nuestra visión de las cosas, nuestra capacidad de escuchar y percibir lo que antes no escuchábamos, de integrar elementos sabiendo qué es lo que deseamos obtener. La primera vez que tocas en vivo es como tu primera cita, como tu primera relación, como tu primer beso: una sensación de excitación, de nervios, de no saber qué va a suceder que no olvidas jamás. Y como sucede en la vida, esta primera experiencia puede ser maravillosa o un completo desastre.

Y así pasa el tiempo. Uno comprende que el mayor reto en una carrera artística es encontrar una forma personal de expresión y de experimentar la realización a través de ello, una consolidación como ser humano que consiste en crear, buscar, conocer, divertirse, inventar, improvisar, jugar, contradecir, perderse, reencontrar, subir, bajar, citar, olvidar, reinventar, asimilar, seguir, parar, construir, voltear hacia atrás, voltear hacia adelante, no voltear, cantar, hablar, gritar, callar, trabajar, no trabajar, excederse, limitarse, contemplar, actuar, seguir reglas, romperlas, llorar, reír, analizar, no analizar, abolir, inaugurar, dogmatizar, volverse un héroe, ridiculizar al mismo héroe, crear un digno cementerio para los errores, crear una digna ofrenda para los aciertos, ser humilde, ser arrogante, amar, odiar, caminar, volar, evocar la memoria, ser lógico, no serlo, hacer arte sin saber o pretender que lo sea, profundizar, banalizar, romper estructuras, construirlas, pero sobre todo, en buscar la forma de reconocerse a sí mismo, más que como creadores originales, como parte de una creación constante y eterna.

“No existe la originalidad en el arte. De lo que se trata, no es comprender de dónde tomas las ideas, sino comprender a dónde eres capaz de llevarlas”. Jean-Luc Godard.

Por Mario Santos*

Es músico, pianista, compositor y productor musical mexicano con 35 años de experiencia en el medio musical contemporáneo. Ganador de un Latin Grammy como productor musical, ha sido director y arreglista en múltiples proyectos y con diversos artistas: Natalia Lafourcade, Café Tacvba, Filippa Giordano, Gustavo Dudamel, Eugenia León, Cecilia Toussaint y Fernando de la Mora, entre otros. Ha sido compositor para diversos proyectos de cine, teatro y danza y es fundador de CCM Centro de Creadores Musicales, pedagogo, conferencista e importante impulsor de la educación musical en México.