(Parte 1)
Cuando tuve veinte años, soñé con la idea de estudiar en Berklee College of Music. Existían otras opciones similares, como la Manhattan School of Music, e incluso la célebre Julliard, en el caso también muy probable de decidirme por estudiar y dedicarme a la música de concierto. Sin embargo, el destino fue tajante conmigo en ese momento cuando, debido a una severa devaluación que se produjo en México en aquellos años, perdí la alternativa de estudiar en el extranjero. Muchos años después, gracias a una oportunidad y porque la vida parece ser a veces una rueda que gira de manera impredecible, llegué a Berklee a capacitarme en distintas áreas como docente y administrativo académico. El destino me indicó una vez más que si Berklee tenía algún capítulo en mi vida, sería de esta forma y no como había yo creído muchos años antes.
Aprendizajes de gran valor
Un día, estando ahí, busqué con especial dedicación a un señor llamado Ken Pullig, uno de los pioneros en el desarrollo de las materias de arreglo en Berklee, a quien yo conocía no en persona, pero sí por haber leído sus métodos; años atrás, yo había estudiado unos apuntes que conformaban sus principios de arreglo para Big Band con un trombonista americano llamado John Hager, que vivía en la Ciudad de México. Estas clases con John Hager sucedieron en un singular salón de clase: una famosa cafetería junto al Sindicato de Músicos; mi pupitre era una mesa cubierta con dos manteles de papel que mostraban ofertas de unas enchiladas verdes o un pay de limón con café por 23 mil pesos (hay que recordar que en esos tiempos en México no se le habían quitado tres ceros al viejo peso).
Sin internet, en esas épocas era muy difícil encontrar información. Estos apuntes que me fueron dados como fotocopias por mi maestro John, estaban diseñados como un cuaderno de trabajo, con ejemplos musicales escritos a mano sobre un pentagrama y los textos con una máquina de escribir, con el típico y viejo estilo gráfico que después se llamó font Courier 12, gracias a uno de los pasatiempos favoritos de Steve Jobs, que era la caligrafía. En esos viejos apuntes, ya amarillos por el tiempo y que aún conservo, aprendí a analizar las notas que forman una melodía, partiendo de los conceptos básicos de la improvisación en el jazz. Ken Pullig mencionaba que en toda creación melódica, acompañada por una armonía, las notas se clasificaban en ciertas categorías que él describía ahí, te enseñaba a armonizarlas y a distribuirlas en la sección de metales, estudiando igualmente pequeñas fórmulas melódicas típicas del lenguaje improvisado del jazz. Ahí comprendí la formación básica de los acordes y sus extensiones llamadas tensiones, que ya usaba yo de manera empírica en la música popular. Así, estudié los principios de la instrumentación y logré analizar también un par de arreglos completos de este gran músico.
Lo que nunca había podido preguntarle a nadie era lo siguiente: ¿Qué sucede en la cabeza de un músico y cómo concibe un arreglo, composición o idea musical en la cabeza, a reserva de las técnicas que utiliza para orquestarlas? Aquella vez que lo tuve frente a mí, habiéndole ya contado que hacía años conocía su método, le disparé la pregunta. Sentado en su escritorio como un respetable chairman del departamento de arranging, Pullig me contestó en inglés sonriendo: “No tengo idea, mis métodos describen una parte teórica del proceso, que aún siendo muy técnica y concreta, nunca es igual; la otra parte, que es la fuente de donde se me ocurren las cosas que escribo, son un misterio para mí”. Con esta respuesta y no habiendo escuchado lo que yo quería, me puse a trabajar, investigar y experimentar solo.
Estar del otro lado
Hoy, después de varios años de trabajo en la materia, me enfrento en las distintas pláticas, diplomados y clases que doy, a la misma pregunta, pero ahora soy yo a quien muchas personas le exigen responderla. Siempre mantengo en mi mente la objetividad para entender que una cosa es la música que escribo por encargo, donde hay necesidades específicas, algunas o la mayoría no determinadas por mí, donde hay que cumplir y satisfacer necesidades específicas para tener éxito en la tarea, y otra muy diferente es escribir para mí, por la simple necesidad de componer y arreglar, donde la tarea está determinada por mis propias necesidades, mis caprichos estéticos, mis búsquedas expresivas y mis propias limitaciones.
Para encontrar una coherencia en esto, describiré poco a poco las ideas generales que sigo al componer música y escribir un arreglo, teniendo por entendido que jamás pueden considerarse como reglas y que existen otros factores como parte del proceso que definitivamente no puedo explicar.
La música se manifiesta por medio de fenómenos sonoros; un compositor crea algo partiendo de una necesidad interna de expresarlo y utiliza ciertas herramientas musicales para obtener un resultado determinado que lo satisface. A través del tiempo, los músicos han intentado proponer el control de estos procesos creativos a través de reglas, técnicas y observaciones, con el objeto de que al aplicarlas, una persona que aprende estos principios logre obtener un resultado musical coherente, estético y satisfactorio, por lo menos para el compositor. La música es una representación sonora y abstracta de una idea, de una emoción determinada, es un reflejo del pensamiento musical del compositor y sus emociones.
Las reglas son un cuerpo de conocimientos que a muchos se nos antoja no seguir: a quienes tenemos alma de piratas, a quienes nos aburre el sentido común y sobre todo porque parece más sencillo no seguirlas. Sin embargo, yo prefiero en primer lugar llamar a las reglas criterios; así no parecerá un delito decidir un día no seguirlos, porque como en todo arte, no existen leyes absolutas que puedan dictarnos el camino creativo. Estos criterios ayudan a tener un punto de partida, y esa es para mí una de las condiciones mas importantes, pero no la única, para comenzar a crear algo.
Por Mario Santos*
Es músico, pianista, compositor y productor musical mexicano con 35 años de experiencia en el medio musical contemporáneo. Ganador de un Latin Grammy como productor musical, ha sido director y arreglista en múltiples proyectos y con diversos artistas: Natalia Lafourcade, Café Tacvba, Filippa Giordano, Gustavo Dudamel, Eugenia León, Cecilia Toussaint y Fernando de la Mora, entre otros. Ha sido compositor para diversos proyectos de cine, teatro y danza y es fundador de CCM Centro de Creadores Musicales, pedagogo, conferencista e importante impulsor de la educación musical en México.