El 29 de octubre de 1969, hace 52 años, a las 10:30 de la noche, se envió por primera vez un mensaje de una computadora a otra, de un servidor a otro ubicado a distancia. En el cubículo 3420 de la Universidad de California, en Los Angeles (UCLA), varios estudiantes de Ingeniería y Tecnología, emocionados por la hazaña que pretendían lograr, se movían dentro de la habitación con nerviosismo, mientras uno de ellos, conectado a la línea telefónica con otro grupo de estudiantes a 644 kilómetros de distancia en el Stanford Research Institute (SRI), esperaba la confirmación de que la hazaña hubiera sido posible. El hecho ocurrió a través de la red denominada en aquél entonces como ARPANET.
Tiempo de reconocer
Así como los marineros de Cristóbal Colón gritaron “¡Tierra a la vista!”, representando con ello una de las circunstancias históricas más importantes de la humanidad, este grupo de estudiantes, guiados por su maestro Leonard Kleinrock, profesor y catedrático de Ciencias de la Computación en la UCLA, lograron por primera vez enviar un escueto mensaje desde su computadora a través de un hermoso y viejo aparato llamado IMP (Interface Message Processor), desarrollado por tres brillantes ingenieros: Bolt, Beranek y Newman, a una computadora remota con otro IMP, en el Stanford Research Institute, donde trabajaba arduamente otro pionero tecnológico: Douglas Carl Engelbart, inventor ni más ni menos que del concepto del “escritorio” de la computadora y por supuesto, del célebre “ratón”, invento por cierto, por el que no recibió ningún tipo de regalías.
Tal parece que este mundo no le pertenece a los creativos, sino a quienes sacan provecho del talento de los que crean las cosas. ¿Alguien sabe, por ejemplo, a reserva de los millones de dólares, que en este caso sí recibió como compensación, el nombre de quién inventó programas como Word o Excel? Se consulta Wikipedia y el asunto queda solucionado, pero el detalle poco justo, creo yo, es que nadie se sabe sus nombres. J. C. R. Licklider, por ejemplo: pocas personas saben quién fue, yo lo supe hace apenas un par de años y me parece justo no decirlo aquí, sino pedirte, querido lector, que busques su nombre para honrar de alguna modesta manera sus hazañas tecnológicas en favor de las redes de interconexión que hoy disfrutamos.
La idea era enviar el mensaje “Log” y que la misma computadora completara el mensaje por sí sola con el faltante: “in”. El estudiante al teléfono en Stanford debía confirmar la recepción de cada una de las letras tecleadas desde el cubículo 3420. Alguien en la UCLA tecleó la primera letra “L”. El telefonista en Stanford confirmó la recepción de la primera “L”…(¡Tierra a la vista!)… La misma persona tecleó la segunda letra; “O”. El telefonista en Stanford confirmó la recepción de la segunda letra. De nuevo, el mismo estudiante tecleó la tercera letra “G”, pero justo en ese momento, la computadora del IMP en la UCLA exhausta de tanto trabajo, no pudo más y se manifestó entonces lo que le sucede a todas las computadoras en algún momento de la vida, en alguna funesta hora del día en la que el dios invisible de la informática decide boicotear el universo binario de cualquier sistema de cómputo: la computadora se paralizó, le ocurrió lo que hoy llamamos “crash”. Le dio un infarto computacional, se quedó petrificada como aquellos infortunados mortales que por descuido o error, miraban con sus ojos directamente a la temible Medusa.
De esta forma, el primer mensaje completo transmitido por una red fue “LO” y quedó asentado en un documento que hoy puede verse en el histórico cubículo 3420 de la UCLA. La próxima vez que visite la ciudad de Los Ángeles, California, me daré una vuelta a la UCLA en lugar de meterme a un insípido centro comercial, que nada bueno nos deja a los seres humanos, en términos de la economía personal.
De aquí, la historia se desarrolló por diversas etapas, hasta llegar a los videos de chicas bailadoras acompañadas de misóginos reggaetones en TikTok, a las “Historias” de Instagram, al gigantesco directorio de contactos llamado Facebook, al infinito arsenal en video de nuestro mundo contemporáneo conocido como YouTube, a la base de datos de noticias, comentarios y opiniones conocida como Twitter, y millones más de fuentes de información y comunicación.
Estos recursos tecnológicos hoy controlan nuestras vidas, nuestra forma de interactuar y de comunicarnos; afectan nuestra percepción de la realidad y de tantas cosas de las que ya se ha hablado mucho. Quisiera reflexionar en este artículo sobre estos fenómenos tecnológicos, su influencia en nosotros y el impacto de esta revolución tecnológica en el desarrollo emocional, intelectual y social de nuestros hijos.
¿Qué sigue para los que quedarán?
Nuestras dudas y preguntas sobre el internet y las tecnologías de la comunicación actuales están enfocadas en el impacto que causa a la generación de nuestros hijos, los jóvenes que hoy han sido educados por nosotros sus padres: una generación nacida en la segunda mitad del siglo XX que interactuaba con la gente en persona, que creció en interacción con el mundo real, que tenía que buscar una dirección en un mapa que viajaba debajo del asiento del automóvil, un grupo de personas con la necesidad y preferencia de dirigirse físicamente a un concierto para escuchar la música en vivo, en lugar de mirarlo a través de una pantalla, generación que tuvo que adaptarse a una integración tecnológica sin precedentes, a un cambio en la realidad cotidiana, en la comunicación, en la forma de obtener servicios, prácticamente en todo.
¿Qué sucederá con la generación de los nietos de nuestros hijos? ¿Qué sucederá con la generación de personas que sean educadas por quienes ya nacieron acostumbrados a no interactuar con la gente en el mundo físico? ¿Necesitarán entonces interactuar personalmente con otros seres humanos? ¿Será necesario recibir información en una universidad, cuando toda la información requerida se encuentre en servidores? ¿Cómo pensará una generación educada por gente que hoy ha sido esclavizada al uso de un celular, que vive deprimida o excitada por el número de likes recibidos en sus cuentas o por el número de seguidores de sus canales? Ojalá y entonces haya quien pueda reconocer el valor de los árboles, de la lluvia y de comer unas tortillas hechas a mano, porque hoy se ha restado importancia a la identidad del ser y a la experiencia del contacto visual, que se sustituye lamentablemente por la capacidad de estar comunicado.
Sin estar en desacuerdo con el avance tecnológico, que mucho ayuda a nuestras actividades que desempeñamos en la industria musical y del espectáculo, me opongo completamente a que nuestras vidas dependan al cien por ciento de eso. Hoy existe gente cuya estabilidad depende de tener un celular para estar conectado con el mundo de manera virtual, aunque el mundo pueda tocarlo en un jardín, con sus pies descalzos. Estamos pensando en un plan para colonizar y poder vivir en Marte, Elon Musk trabaja e invierte su fortuna en esto, mientras yo escribo este artículo y tú lo estás leyendo. ¿Es posible entender que podamos crear un universo artificial para vivir en alguna parte del espacio, si no podemos mantener sano el universo natural llamado por nosotros mismos Planeta Tierra, que fue puesto a nuestra disposición sin costo alguno para satisfacer todas las necesidades que requerimos para sobrevivir?
Estudiemos lo que en el pasado se predijo: imaginamos automóviles voladores, ciudades espaciales dentro de grandes cúpulas de cristal con oxígeno y muchas otras ideas más, pero nadie predijo el internet, que hoy nos gobierna tanto, en nuestra vida profesional, como músicos, productores o staff, y por supuesto, en nuestra vida cotidiana.
Por Mario Santos*
Es músico, pianista, compositor y productor musical mexicano con 35 años de experiencia en el medio musical contemporáneo. Ganador de un Latin Grammy como productor musical, ha sido director y arreglista en múltiples proyectos y con diversos artistas: Natalia Lafourcade, Café Tacvba, Filippa Giordano, Gustavo Dudamel, Eugenia León, Cecilia Toussaint y Fernando de la Mora, entre otros. Ha sido compositor para diversos proyectos de cine, teatro y danza y es fundador de CCM Centro de Creadores Musicales, pedagogo, conferencista e importante impulsor de la educación musical en México.