Por Jairo Guerrero (B-Liv – Techxturas Sonoras)*
¿Te imaginas que en la gran época del muralismo, a Diego Rivera, Alfaro Siqueiros o Clemente Orozco, les hubieran dicho que sus obras tenían que ser tan solo de unos centímetros de grandes? Simplemente el muralismo no habría sido y nos habríamos perdido de obras monumentalmente espectaculares.
Paradójicamente, al mismo tiempo que algunos medios evolucionan, muchos de los oídos de nuevas generaciones involucionan y volvemos a la era de las cavernas y de la música en blanco y negro
¿Recompensa al menor esfuerzo?
Menos mal que ellos y otros tantos artistas no dieron tregua a limitaciones e hicieron su obra tan grande, compleja y monumental como les dio la gana. Otros ejemplos son Jackson Pollock, El Bosco o Picasso, y en la música, Rush y su canción “2112”, que dura veinte minutos; Pink Floyd con “Echoes”, de veintitrés minutos, “The End” de The Doors, de once minutos, y tantos otros que se pasaron por la galleta la regla de los tres minutos de duración que estipulaban las emisoras y que estipula el mainstream actualmente.
Afortunadamente, la radio evolucionó en este aspecto y ya es común escuchar los cinco minutos de “Bohemian Rapsody” de Queen, los ocho de “Another Brick in the Wall” de Pink Floyd o “Starway to Heaven” de Led Zepelin, pero paradójicamente, al mismo tiempo que algunos medios evolucionan, muchos de los oídos de nuevas generaciones involucionan y volvemos a la era de las cavernas y de la música en blanco y negro con plataformas como Spotify, donde, en términos de costo-beneficio para los artistas y sobre todo los nuevos, sus obras sonoras se han tenido que adaptar al bolsillo que mejor les pague por los tres minutitos de reproducción o menos.
Podríamos culpar directa e implacablemente a la plataforma por su modelo de negocio, en el que el artista necesita volumen de reproducción para poder ver algunos centavos, pero creo que la culpa es compartida con los oídos que alimentan el modus operandi de estas plataformas. (Prefiero hablar de nuevos oídos y no de nuevas generaciones, para que no se rompa algún cristal).
Hoy, los “nuevos oídos” quieren la inmediatez, el gozo instantáneo, la recompensa del menor esfuerzo; son los oídos del zapping, el scroll y la actualidad noticiosa y social en un meme. Esos oídos con poca tolerancia a la frustración y con problemas para generar vínculos sociales, tampoco se están vinculando de una manera mística y trascendental con la música. No hay un culto frente a ella. No la digieren, tan sólo la engullen y pasa directo de la ingestión a la egestión.
Por eso no hay tanta relevancia en la música de los últimos 15 años. Por eso las bandas van y vienen.
Por eso las canciones ahora son de tres minutos, para que en su rápido proceso digestivo sonoro, este alimento sónico alcance a medio apreciarse antes de ser desecho orgánico.
Quisiera que esto fuera una suerte de metáfora, pero desafortunadamente no lo es y muchos artistas han decidido seguirle el juego a los tres minutos, mutilando sus obras para que en vez de canciones, parezcan mutaciones sonoras adaptadas al corto intestino y a la pobreza de los nuevos oídos.
Claro, hay música que no necesita ni siquiera de un minuto para desarrollarse, como esas canciones que valen su peso en “Pluma” o las que invitan en un compás a bailar como “perros copulando” (saben a lo que me refiero). Esas podrían durar tan sólo diez segundos, pero contrario a esta pseudo música, hay otros artistas cuya música no debería editarse o concebirse de acuerdo a la conveniencia de duración de los oídos de una plataforma.
Según un estudio del portal estadounidense “Quart”’, la duración media de las canciones que se han colado en la lista Billboard descendió de tres minutos y 50 segundos a tres minutos y 30 segundos entre 2013 y 2018. Además, el año pasado, el seis por ciento de estos temas eran de dos minutos y 30 segundos o más cortos, una cifra que desde 2015 se ha multiplicado por seis.
No digo que todas las canciones deban ser de gran duración, pues Sex Pistols, por ejemplo, nos demostró en los setenta que con una canción de tres minutos se puede crear un hito (“God Save The Queen”), pero ya no estamos en esa época ni Spotify es Inglaterra. Los grupos de ese tiempo tenían una urgencia rabiosa de alzar la voz y ser escuchados rápidamente, por eso la estructura de sus temas iba de un par de compases del intro directo al mensaje, sin adornos, puentes ni tantos estribillos.
Estoy seguro de que en el pop pueden surgir viajes interesantes que no necesitan ser mutilados para ser escuchados una y otra vez.
Sin criterios de minutos y segundos
El modelo de negocio del streaming es cómplice de la mutilación sonora. La ecuación es simple. Entre más te escuchen, más te pago.
Estas compañías pagan a los creadores por escucha, entre 0.004 y 0.008 dólares, concretamente. En esta fórmula, la duración de las canciones da igual, lo que quiere decir que los autores cobran lo mismo por un tema de cinco minutos que por uno de 2.5, así que si consiguen meter 25 piezas en un álbum que normalmente habría incluido solo ocho o diez, los beneficios son mayores. Suena sencillo desde el punto de vista transaccional, pero catastrófico desde el punto de vista creativo y conceptual.
“Es decir, ¿prefiero varios cuadritos de 10 por 10 centímetros de Siqueiros en la sala de mi casa o un mural de pared entera que deje sin aliento a todos los que lo vean?”.
En mi caso, como productor, prefiero una obra completa y no el resumen del libro en Wikipedia. No se puede orillar al artista a crear bajo parámetros de minutos y segundos. Las canciones duran lo que duran de la manera como fueron creadas, y por fortuna hay oídos que así abrazan y entienden la música. ¿Imposible? ¡No! Mi canción más escuchada en Spotify es un tema experimental de camino entre el techno y deep, llegando casi a 700 mil reproducciones. Si eso se logra desde una canción que no goza del reconocimiento masivo como otros tantos nombres del mainstream, estoy seguro de que en el pop pueden surgir viajes interesantes que no necesitan ser mutilados para ser escuchados una y otra vez.
No sólo ha sufrido el cuerpo de la canción. También esos largos prólogos que enamoraban, como el minuto inicial de “Money for Nothing” de Dire Straits, los dos minutos iniciales de New Order en “Blue Monday” o el minuto y medio de intro de “Where the Streets Have No Name” de U2, por nombrar algunos.
Mientras muchas canciones terminan, otras comienzan
Éste es un concepto divertido si lo vemos de manera metafórica: Me imagino a The Temptations diciéndole a cualquier canción de reggaeton: “En mi intro de “Papa Was A Rolling Stone” (de dos minutos) caben 4 y hasta 5 de tus malas canciones”.
Las grandes introducciones de canciones, en las que se desarrolla una melodía antes de que comience la voz, se están convirtiendo en una especie en peligro de extinción a medida que los volubles nuevos oídos de la música se saltan las pistas si no obtienen una gratificación inmediata o en mi opinión, si como músico no eres capaz de captar la atención desde un buen prólogo.
“La música y sus géneros siempre han sido el reflejo de lo que pasa en la humanidad. ¿Significa entonces que además de todos estos nuevos géneros decadentes del tumpa tumpa o la corta duración de las canciones responde a lo corto y menguado que es el actual contexto humano?”.
Qué hermoso sería regresar al romanticismo del vinilo, que de alguna manera te obligaba de manera implícita a crear una relación con la música y había un previo devaneo? A lo que voy es a lo siguiente: imagina tratar de cortar tu tiempo de escucha con un vinilo. Si te aburres en los primeros diez segundos, debes sacarlo del tocadiscos, encontrar otro disco, ponerlo y empezar de nuevo…es un proceso bastante largo contra lo que pasa con el streaming; si estás sentado en Spotify y te aburres en diez segundos, simplemente presionas un botón y pasas a lo siguiente.
La capacidad de atención ahora ha disminuido y eso, además de la crisis social existencial de la humanidad, se debe potencialmente a la facilidad con la que puedes cortar y cambiar entre piezas musicales.
Los nuevos oídos son verdugos decapitadores del arte y qué peligro para cualquier tipo de arte, estar en manos de estos verdugos.
CV Jairo Guerrero
*Con más de 30 años de experiencia en el medio musical como Artista, Productor explorador sonoro, periodista, productor de programas de radio especializada, editor de revistas de música y DJ, Jairo Guerrero es considerado uno de los artistas de música electrónica más reconocidos de nuestro país. Su propuesta sonora abarca desde ritmos para la pista de baile, hasta ensambles como Techxturas Sonoras, que generan puentes entre la música electrónica y la literatura.
Es miembro de la Academia Latina de Grabación Latin Grammy además de haber sido nombrado mejor Productor y Dj de House en México por los DWMC Awards México y haber obtenido el primer lugar en el MXP4 de Ministry of Sound en Londres. Contacto: www.soyjairoguerrero.com