Lo que inició como un auto regalo se convirtió en una verbena donde se compartía la música; luego, aquello mutó a “Canciones de Agua y Desierto”, disco cuyo hilo conductor fueron los viajes en carretera, la singularidad sonora de un ukulele y un alma cómplice, la de Carlos Millán, que unió los puntos para dar cohesión al álbum de Iraida Noriega.
Todo esto ocurrió en una época donde iba sola a dar talleres o como invitada con músicos con los que no suelo tocar para acompañarlos
Iraida Noriega
El hilo conductor
Un par de proyectos, uno junto a la Groovy Band y otro con Andrés Torán, vieron la luz en 2020 sin que hubiera un plan para que así ocurriera, comenta Iraida. Poco antes y, en el ínter del encierro sanitario, las historias de “Canciones de Agua y Desierto se fueron hilando”:
“Nunca he sido alguien que dice: ‘es hora de hacer las canciones de mi próximo disco’. Todo esto ocurrió en una época donde iba sola a dar talleres o como invitada con músicos con los que no suelo tocar para acompañarlos. En estos lapsos llevaba mi ukulele, que es como tener el osito que uno lleva para todos lados. En esas travesías pasaban cosas que detonaban motivos para canciones que salieron muy breves y, en todas, lo que pasaba es que se hallaba un hilo que las unía, aunque su nacimiento fue muy espontáneo, estando en el camino, en la peregrinación de la carretera; momentos de todo aquello”.
Iraida recuerda cómo conoció a Carlos Millán: “Estábamos haciendo un video para los micrófonos Mojave y, antes de empezar con las rolas de “Canciones de Agua y Desierto”, ya había una conexión muy padre, porque empezamos a juntarnos en mis cumpleaños y le pedía que me grabara, como un regalo para mí, con mi ukulele y la voz. Esto se fue quedando como una especie de registro y luego nos empezamos a engolosinar y le hablábamos a Aarón Cruz, Tavo Nandayapa, a Leika Mochán para hacer cosas y así se fueron dando estas pequeñas fiestas-encuentros de música”.
“Después llegó la pandemia y en lo que andábamos ubicándonos en todo eso, Carlos se clavó en acomodar todo lo que habíamos estado haciendo, de manera que un día me llamó y me dijo que había encontrado el sonido que estábamos buscando para ubicar la sonoridad del ukulele y ese rollo del viaje en carretera. Mi ukulele no está afinado de forma convencional, sino una octava abajo, y eso cambia toda la historia; estuvimos experimentando cómo posicionar el micrófono para grabarlo, usar o no línea y aunque hubo un rato donde no se veía claro, lo interesante fue ver cómo se encontró la sonoridad y el sitio para hacer que todo esto jalara”.
El disco no estaba pensado como un álbum road trip, pero cayó en ese sitio gracias a su sonoridad, con un tono vaquero
Carlos Millán
Un instrumento peculiar
Esa singularidad del ukulele marcó el valor sonoro del proyecto, como expone Carlos:
“Para mí, su sonido es tenor en tesitura y como esa afinación no es la suya, de ahí venía todo. El disco no estaba pensado como un álbum road trip, pero por eso cayó en ese sitio, por esa sonoridad, con un tono vaquero. Aquello fue un descubrimiento muy bonito en el proceso creativo sonoro, de no pelearse con lo que hay, sino más bien encontrar los recursos y convivir bien con eso”.
“Digamos que la producción fue antes de la crisis sanitaria y la post fue después. Encontramos la sonoridad con la lírica de cada canción y al final, funcionó. La voz se grabó con micrófonos Mojave, un MA100 y dos MA301. No se necesitaban muchísimos canales y de ahí lo bello del asunto. Lo que importaba era tener el lugar medianamente adecuado para hacerlo y el equipo, la música lo dice todo; el micro le quedó muy bien a la voz de Iraida”, menciona Carlos.
“Todo fue natural y espontáneo. Eso es lo que significa para mí el valor sonoro ahora: ser más íntimo, aunque hay un par de canciones que tienen una orquestación más grande; tiene esos vínculos con lo sureño de Estados Unidos y lo ranchero, algo rock, como estar alrededor de una fogata”.
La mezcla se trabajó en conjunto y la masterización corrió a cargo de Dave Darlington en Bass Hit Studio:
“Eso fue lo más bello, porque la mezcla fue un proceso muy paciente y cariñoso para tomar decisiones y llegar a un resultado. Nos tomó cuatro meses; probamos y probamos porque de un lado está la técnica, pero ésta no funciona si no hay una conexión espiritual. Para la masterización quisimos que la hiciera Dave, porque hay un lugar al que ya no podemos llegar y necesitas a alguien que se dedique a eso, que entienda la música y lleve las cosas más allá de las herramientas, poniendo su personalidad; nunca hubo desacuerdo de hacia dónde ir sonoramente. Nos pudimos complementar muy bien y eso me fascinó, además de la música”, afirma Carlos.
El lanzamiento del proyecto está acompañado de animaciones hechas por Iraida y para sonarlo en vivo, ha tomado partida con una serie de conciertos en Hidalgo, Ciudad de México, Querétaro y Toluca, propiciados por el programa Música Raíz, gestión de otra cómplice de la cantante, la gestora cultural y productora, Libertad Estrada, y su agencia Más Música.
“En la pandemia descubrí la animación y entré a ese viaje. Me puse a hacer un video para cada canción y es lo que acompaña cada estreno usando las redes, que eso se me hace muy bueno para también estar en esa dinámica de la industria. A los conciertos se sumó Pío Cine A Mano y vamos: Juan Cristóbal Pérez Grobet (contrabajo), Nico Maroto (guitarra), Montserrat Revah (percusiones), yo y mi ukulele. Tengo ganas también de que este particular proyecto ocurra usando un solo micrófono ambiental y todos alrededor de él para que se escuche la sonoridad de la banda; como regresar a la vieja escuela, poner un micro o dos en estéreo. Eso sólo puede suceder en escenarios pequeños de diez a treinta personas, para tener realmente una experiencia humana y vibrar la música, a través de mí”, compartió la cantante.
“Canciones de Agua y Desierto” son instantáneas hechas canciones del que podría ser el soundtrack de un road trip emocional por el que cruzamos durante la crisis sanitaria.
Entrevista: Nizarindani Sopeña / Redacción: Marisol Pacheco