Escuchar con respeto 

Por Jairo Guerrero* 

Hace unos días, el anuncio del retiro de Al Jourgensen (líder de Ministry) sacudió a la comunidad del metal industrial. No por escándalo ni por tragedia, sino por algo poco común: una despedida lúcida, voluntaria. Jourgensen no se va por enfermedad ni por presión externa. “Mis oídos ya no soportan esto de la música”, dijo. “Es momento de parar”.

Por supuesto que entendí que se refería a que su relación con la música ha cambiado, pero esa frase tiene un doble fondo. Me llevó directamente a reflexionar sobre la salud auditiva.

Algunos músicos se retiran porque sienten que ya no tienen nada nuevo que decir; otros, porque su herramienta más importante se ha desgastado: los oídos. Y es ahí donde quiero centrar este artículo. Porque además del agotamiento creativo, existe también un cansancio físico, profundo en el oído, que muchas veces ignoramos hasta que es tarde.

El oído no solo escucha: sostiene carreras enteras. Y si no lo cuidamos, se apaga.

Algunos músicos se retiran porque sienten que ya no tienen nada nuevo que decir; otros, porque su herramienta más importante se ha desgastado: los oídos.

El sonido también cansa

Quienes vivimos del sonido (en estudios de producción, cabinas de DJ, escenarios o salas de concierto) lo sabemos, aunque a veces lo neguemos: el volumen tiene consecuencias.

Durante años, fui parte de esa cultura donde más fuerte era mejor y traté muy mal a mis oídos. Sin un manejo responsable del volumen, sin tapones, sin pausas. Hasta que mis oídos hablaron con un zumbido permanente. Un tínitus leve, pero persistente. Esa frecuencia aguda que no se va. En mi caso, no interfiere con mi trabajo (afortunadamente), ni es una condición que, como a muchos que conozco, me haya llevado a la ansiedad o la depresión. Pero sí me obligó a replantear mi relación con el sonido. Por eso, desde hace casi una década y gracias a mi proyecto Techxturas Sonoras de música experimental, inicié una búsqueda más detallista y menos agresiva. Aprendí a escuchar distinto.

Haberme hecho consciente y actuar con respeto ante el grito de ayuda de mi oído cambió mi forma de producir, de mezclar incluso de asistir a conciertos. Lo que antes era intensidad, ahora es precisión. Lo que antes era empuje, ahora es matiz. Porque cuando uno escucha con más cuidado, también crea con más intención.

¿Y los que escuchan desde afuera?

Esta reflexión no es solo para quienes hacemos música, sino también para quienes la viven desde el otro lado. Para quienes van a festivales, a conciertos o fiestas y se enfrentan a niveles de presión sonora que a veces rozan lo brutal.

¿Quién no ha salido alguna vez de un show con un silbido en los oídos? Lo hemos normalizado y no deberíamos. Ese silbido no es un souvenir del concierto. Es una advertencia. Un síntoma de que las células ciliadas del oído interno, responsables de convertir las vibraciones en impulsos eléctricos que el cerebro interpreta como sonido, han sido sobreexigidas. Según la American Speech-Language-Hearing Association (ASHA), la exposición prolongada a sonidos por encima de los 85 decibeles puede causar daño permanente. Y muchos conciertos alcanzan niveles de 100 a 120 decibeles durante largos periodos. Y con conciertos me refiero también al volumen generado por una banda de mariachis dando serenata, un grupo de corridos animando el salón comunal de un condominio o los vecinos con sus cumbias a todo lo que les da su bocina de Elektra.

En una conferencia a la que asistí hace un par de años con parte del equipo mexicano ganador del Oscar por el diseño sonoro de “Sound of Metal” (Michelle Couttolenc y Jaime Baksht), toqué justamente este tema. La película, irónicamente, narra la historia de un músico que pierde la audición y debe adaptarse a su nueva realidad sin oír. Cuando le pregunté a Jaime cómo se cuidan los oídos trabajando con sonido durante horas y días enteros, fue muy claro: lo primero es tomar descansos de escucha frecuentes, y lo segundo, mantener el trabajo en estudio por debajo de los 70 decibeles. “Ese tipo de hábitos”, dijo, “hacen la diferencia a largo plazo”. Desafortunadamente, son prácticas que en muchos entornos se ignoran por completo, como en el caso del concierto de Sting en el Auditorio Nacional. Aunque impecable en muchos sentidos, el balance de frecuencias medias era tan agresivo que, sin protección auditiva, resultaba abrumador. No había dinámica, solo presión. Una sobreestimulación disfrazada de potencia.

Cuidar nuestros oídos. Escuchar con respeto. Saber cuándo hacer una pausa no solo para recuperar el silencio, sino para conservar aquello que nos permite seguir creando: la escucha fina, viva, sin distorsión

Y no solo en conciertos. Actualmente, muchos jóvenes llevan audífonos puestos casi todo el tiempo: en el transporte, en el gimnasio, en la calle, incluso para dormir. Esta práctica, lejos de ser inofensiva, puede tener consecuencias serias para la salud auditiva. Según un artículo publicado en Infobae, el uso prolongado de audífonos, especialmente durante el ejercicio, crea un ambiente cálido y húmedo en el canal auditivo, propicio para la proliferación de bacterias y hongos, lo que puede derivar en infecciones como la otitis externa. Además, la falta de ventilación adecuada y la acumulación de cerumen pueden causar molestias, dolor y pérdida auditiva temporal, según documentación de GAES (centro especializado en audición).

Por su parte, la Organización Mundial de la Salud advierte que más de mil millones de adolescentes y adultos jóvenes corren el riesgo de sufrir pérdida auditiva debido al uso inseguro de dispositivos de audio personales. Se recomienda la regla 60/60: escuchar con auriculares un máximo de 60 minutos al día a no más del 60 por ciento del volumen máximo del dispositivo, como explicó una experta en audición a Cadena SER de España.

En el fondo, lo que más preocupa no es solo el volumen, sino lo que revela: una idea equivocada de que más fuerte es más emocionante, más impactante, más vivo. Como si no confiaran en que el contenido emocione por sí mismo. Como si la única forma de conmover fuera reventando tímpanos.

Escuchar también es saber parar

Cuidar nuestros oídos. Escuchar con respeto. Saber cuándo hacer una pausa no solo para recuperar el silencio, sino para conservar aquello que nos permite seguir creando: la escucha fina, viva, sin distorsión. Porque si hay algo que he aprendido en estos años, es que una carrera sonora no se sostiene solo con inspiración. Se sostiene con oído. Con oído sano, funcional, entrenado, sensible. Un oído que no esté quemado por la sobreexposición ni entumecido por la rutina. Un oído que aún se emocione al descubrir un nuevo timbre, una nueva textura, un matiz apenas perceptible. Y eso vale tanto para quien hace música como para quien la vive desde afuera. Cuidar los oídos es cuidar el vínculo con el sonido. Conservar la posibilidad de seguir sorprendiéndonos. Porque cuando ese vínculo se rompe, no hay creatividad que lo compense.

*Con más de 30 años de experiencia en el medio musical como Artista, Productor explorador sonoro, periodista, productor de programas de radio especializada, editor de revistas de música y DJ, Jairo Guerrero es considerado uno de los artistas de música electrónica más reconocidos de nuestro país. Su propuesta sonora abarca desde ritmos para la pista de baile, hasta ensambles como Techxturas Sonoras, que generan puentes entre la música electrónica y la literatura.

Es miembro de la Academia Latina de Grabación Latin Grammy además de haber sido nombrado mejor Productor y Dj de House en México por los DWMC Awards México y haber obtenido el primer lugar en el MXP4 de Ministry of Sound en Londres. Contacto: www.soyjairoguerrero.com