Por Darío Peñaloza*
A mí me gusta usar la analogía de la música y el audio con la cocina y la gastronomía, porque son cosas que se digieren rápido, son parte de nuestra cotidianidad y también damos por sentado muy fácilmente. Pero detrás de cada plato, dulce o canción, hay horas de amasado, rebanado, picado, composición y ejecución, que si bien la gente, por lo general, no se da cuenta, son determinantes para el más fino de los paladares u oídos, pues todo se transmite al cortar, cocinar, editar o automatizar. El cariño que uno le pone al trabajo se nota, se siente, se saborea, se escucha.
Tenemos que actuar y buscar la posibilidad de ver qué podemos mejorar con lo que tenemos, cómo sacarles el mejor provecho a los mejores ingredientes y esconder los no tan buenos.
Paciencia y cuidado, el ingrediente secreto
Yo puedo hacer una receta burdamente, con algo picado en trozos grandes, mezclado rápidamente, y no va a saber tan bien como otra realizada exactamente con los mismos ingredientes, pero todo picado finamente y combinado con cariño y dedicación. Pongamos, por ejemplo, una salsa tártara, que lleva pepinillo dulce, perejil, ajo, alcaparra y mayonesa. Si cortamos todos los ingredientes en pedazos toscos y los mezclamos rápido, no va a saber igual a una en la que todo esté picado pequeñito y mezclada con dedicación; definitivamente, la segunda sabrá mejor. Lo mismo pasa con la música y el audio: cuántos cuartetos no hay tocando un standard de jazz, pero uno lo hace mirando a las muchachas de la barra, poniendo caras y pendiente de cuándo se acabará el set, y otra agrupación toca con cariño, matizando las partes suaves, cantando la melodía con sus instrumentos y pendiente de lo que hacen los demás compañeros. Este último sonará mejor, indudablemente.
Podemos incorporarle a nuestra analogía el factor de la calidad de los ingredientes. En el caso de la salsa tártara, si los pepinillos son viejos, el perejil rancio y la mayonesa no es casera, sino la más barata del mercado, se asemejaría a que las cuerdas del contrabajista son viejas y el músico no las cambia desde hace tiempo, los cueros de la batería están bastante gastados y el mecanismo del piano no ha sido aceitado en mucho tiempo. Estos factores hacen una gran diferencia en la calidad del producto final; sigue siendo una salsa tártara o un standard de jazz, pero no genera la misma sensación en el paladar o la escucha del consumidor final.
Ahí es donde nosotros tenemos que actuar y buscar la posibilidad de ver qué podemos mejorar con lo que tenemos, cómo sacarles el mejor provecho a los mejores ingredientes y esconder los no tan buenos, pero es importante saber hasta qué punto podemos llegar y para eso les narro la siguiente experiencia. Un día en una grabación, el baterista llevó el instrumento de ensayar y yo no lograba hacer que sonara decentemente. Ante esa situación, decidí cancelar la pauta y le pedí que para la próxima sesión trajera una batería buena. Esta grabación no era de ensayo, era para un disco que iba a estar en los estantes de las tiendas para el resto de la vida y el sello había contratado a este estudio para asegurar que las cosas sonaran bien y con ese instrumento no se lo podíamos garantizar. Era como si en una cafetería sirvieran un sándwich con jamón viejo, vencido. ¡Tal cual!
Una olla de barro, un recipiente de vidrio
Otro factor del audio que se puede comparar con la cocina es la diferencia entre la era analógica y la digital. Podemos decir que grabar en cinta es como cocinar en ollas de barro, que le dan un sabor particular a la comida, pero no se puede ver nada adentro, a menos que la destapemos. En cambio, en la era digital es como utilizar un recipiente de vidrio que, si bien no le agrega ningún sabor a la comida, podemos ver cómo se van cocinando los ingredientes. Ese sabor que le da el barro o el hierro a los guisos, es lo que buscamos con la cinta y que “engorde” el sonido. En cambio, así como el vidrio no le agrega ningún sabor específico a la comida, en la era digital, tal cual se graba, así se reproduce. En la cinta no vemos qué ocurre más allá de lo que nos permiten ver los medidores analógicos; sin embargo, en la era digital, el sonido tiene forma de onda específica en la que identificamos “frases” con ver solamente ese pedacito que aparece en la pantalla de la computadora y hasta sabemos su volumen, que sería como ver lo que pasa adentro de la olla de vidrio.
Hablando de volumen, me gusta aplicar la analogía del tamaño de la olla con el rango dinámico. Cuando trabajamos en 16 bits, es como si estuviéramos haciendo una salsa para pasta en una olla justo del tamaño de la cantidad de salsa que vamos a necesitar. Cuando ésta empiece a hervir un poco, y la tenemos que dejar cocinando así por un rato, las gotas de salsa hirviendo van a saltar de la olla, se van a perder, además de que nos van a ensuciar todo. En cambio, si cocinamos con una olla más grande, donde esas gotas de salsa hirviendo se quedarán dentro del recipiente, es como si estuviéramos trabajando en 24 o 32 bits. Quiero decir con esto que 16 bits son suficientes, pero 24 o 32 bits son mucho mejor y el rendimiento es mayor.
Así las cosas, cuidemos los ingredientes con los que vamos a cocinar ese sonido que deseamos, para garantizar que el resultado sea delicioso para los paladares más exigentes.
*Ingeniero de sonido venezolano con 40 años de experiencia con estudios en Estados Unidos y Canadá. Ha dedicado su carrera principalmente a la música, tanto en estudio como en vivo, además de trabajar para el doblaje. Su trabajo como ingeniero de mezcla lo ha llevado a ser ganador de dos Latin Grammy (Ingeniería 2014, Instrumental 2018). Es docente en varias Academias de Audio en Latinoamérica y miembro activo de AES en la región.